09 junio 2011

Hacia ningún lado

Con octubre a la vuelta de la esquina, ya es prácticamente imposible que la oposición logre imponer un candidato con posibilidades de disputarle la presidencia a Cristina Fernández, quien, sin ser oficialmente candidata, ganaría la elección sin despeinarse. Un breve repaso de los yerros opositores para intentar comprender por qué el kirchnerismo se presume imbatible.

Por Maximiliano Perel

Aescasos meses de las elecciones presidenciales, y con un panorama político, institucional y económico lo suficientemente estable como para contar desde hace rato con espacios consolidados, la oposición presenta una serie de dificultades que le impiden erigir siquiera una alternativa de peso ante el kirchnerismo. Un breve recorrido por los últimos años de batalla política permite diferenciar algunos aspectos en los que recurrentemente han caído sus referentes y/o espacios políticos como el desmedido ego, la apuesta a alianzas débiles o insostenibles, la quema de naves en coyunturas secundarias e, incluso, la incoherencia ideológica.

Por otro lado, poco queda de aquel escenario en el cual Néstor Kirchner asumía la presidencia, donde el condicionamiento que imponía el descrédito de la clase política, que por entonces era más que elevado, fue superado incluso por muchos de los mismos dirigentes que ayudaron a propiciarlo. Con la estabilidad recuperada, es innegable que el kirchnerismo marcó la cancha política de forma diferente y que la oposición debió bailar, más mal que bien, al son del nuevo compás. Temas tabúes diez años atrás para la dirigencia política como la renovación de la Suprema Corte de Justicia, la anulación de las leyes de impunidad o la ley de medios audiovisuales, por enunciar algunos, irrumpieron contra otros tópicos instaurados otra década más atrás que parecían determinar cómo discurriría la vida política. Guste o no, y siempre considerando a los actores que se desempeñan dentro del campo de la política partidaria clásica, el kirchnerismo se atrevió a cruzar una línea que antes era el límite infranqueable para muchos políticos que buscaban instalarse como combativos o progresistas frente al menemismo y sus resabios.

El arco opositor está compuesto en su gran mayoría por sectores que se posicionan desde la derecha hasta el centro, lo cual no les permite “correr por izquierda” a un oficialismo que, en tal dirección, carece de interlocutor de peso. Entonces, claro está, resta tomar el camino de la derecha, donde los temas son recurrentes, escasos e incluso adolecen de agotamiento; lo cual, además de ser un terreno de lo más limitado para moverse y crecer, le permite al oficialismo liderar “caminando” las encuestas de intención de voto. Y es precisamente de temas que se compone una propuesta o un modelo alternativo, algo en lo que los espacios opositores también hacen agua porque sus “modelos” no pasan de un efímero alineamiento ante a una coyuntura determinada para después volver a la disputa por el rol central de la oposición. Frescos están los recuerdos del debate sobre de las retenciones móviles al sector agro-ganadero, de cuyo epílogo (la derrota del kirchnerismo en el Congreso) surgió una suerte de “restauración conservadora” que duró lo que un suspiro y, de a noche a la mañana, propició el lanzamiento del vicepresidente Julio Cobos como el hombre que lograría encolumnar tras de sí, de una vez por todas, a las fuerzas que lograrían desplazar a Cristina Fernández de la Casa Rosada. Lo cierto es que nada de ello ocurrió. La “restauración conservadora” flotó durante el escaso tiempo en que el partido del campo hizo pié, Mauricio Macri intentó ponerle la cara política a la cuestión sin el menor suceso y el papel mesiánico de Julio Cobos se fue consumiendo en su propia inverosimilitud, puesto que, entre otras cosas, es imposible terminar en la cresta de la ola sin votos propios y tras una doble acusación de traición.

En círculos

Tras ocho años de contexto político estable, es lógico preguntar por qué los partidos de la oposición no han logrado llegar a estas instancias con mejores chances para alcanzar la presidencia. A fin de ensayar una mayor cantidad de respuestas, debemos buscar tanto en las omisiones opositoras como en la forma en que operó el oficialismo sobre el tema. El kirchnerismo incorporó nuevas áreas al escenario de la política, además de romper los moldes al propiciar el debate político sobre temas heredados y de manufactura propia; pero en ese debate tampoco encontró interlocutores cabales. De haber contado con cuadros de peso y proyectos a largo plazo, varios sectores de la oposición habrían podido capitalizar en crecimiento y solidez semejante oportunidad, pero evidentemente han podido más sus limitaciones. Tal debate se hubiese dado de no primar la mezquindad en el espíritu de algunos dirigentes; mezquindad que privilegia la posibilidad de proyectar la propia figura por sobre la concreción de un intercambio que eleve la calidad de la política. Y esa patológica búsqueda por resplandecer en cuanta ocasión se presente hace que sea más rentable un arrebatado y fugaz ataque retórico que el hecho de contestar con argumentos por lo menos atendibles.

Tras cada avance neutralizado, la oposición se repliega y se disgrega, para luego reagruparse, intentar ponerse de acuerdo y salir al ruedo nuevamente. Esta suerte de ciclo tiene la misma edad que el kirchnerismo, por lo que imaginar cómo serán los años políticos venideros es, realmente, una gran incógnita. Por lo pronto, y viendo que el oficialismo encabeza cómodamente las encuestas de intención de voto sin haber definido oficialmente a su candidata (qué duda cabe a esta altura de que será la presidenta), el presente escenario parece que se prolongará un tiempo más puesto que los últimos ocho años de estabilidad política parecen ser apenas meses para una oposición que camina en círculos.

Nota publicada en el semanario digital Mediopelo el 3 de junio de 2011. Acceso: http://mediopelo.com/2011/06/hacia-ningun-lado/

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