19 noviembre 2007

La izquierda en Uruguay hoy.

En la izquierda del Uruguay se presenta una coyuntura que da pié para hablar de la existencia de “dos izquierdas”: por un lado, la que sigue adelante con la profundización del proceso de recomposición del Frente Amplio (FA) y que se expresa dentro de éste, la que tuvo su origen a principios de los noventa, mientras que por fuera de coalición de gobierno aparece un movimiento heterogéneo que en su mayoría reivindica el papel revolucionario de la izquierda y, si bien su accionar está bastante fragmentado, se ha tornado visible como consecuencia del rumbo que Tabaré Vázquez y su entorno le imprimieron al gobierno, especialmente en la economía y las relaciones internacionales.
Desde luego que el factor ideológico y la consecuencia con éste (que determina las políticas implementadas o a implementar) es el eje del desdoblamiento, el que de un lado muestra al FA gobernando con mayoría propia en ambas cámaras del parlamento, con una alta aceptación de parte de la población, con la casi absoluta hegemonía de la “izquierda visible” (de neto corte socialdemócrata) y con medios para acceder a e incidir sobre la opinión pública; mientras que, por el otro, encontramos sectores partidarios y no partidarios conocidos en el Uruguay como la “izquierda radical” que vienen accionando de forma grupal o aislada, pese a que sus planteos en poco difieren con los que sostenía el FA siendo oposición. Aquí encontramos, entre otros, a algunos sindicatos, agrupaciones de jubilados y pensionados, al ex integrante de la cúpula del Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros (MLN-T) Jorge Zabalza, a integrantes de la Plenaria por Memoria y Justicia y a dos espacios que hasta hoy integran crítica y aisladamente la coalición de gobierno como el Movimiento 26 de Marzo (26M) y la Corriente de Izquierda (CI). Estos dos sectores impulsan la recuperación del Frente Amplio fundacional de 1971, en cuyo estatuto (aún vigente) se define como “una fuerza política de cambio y justicia social, creación histórica permanente del pueblo uruguayo, de concepción nacional, progresista, democrática, popular, antioligárquica y antiimperialista, se integra por todos aquellos sectores políticos y ciudadanos que adhieren a los principios y objetivos establecidos en la Declaración Constitutiva del 5 de febrero de 1971(…)”
La CI y el 26M, conjuntamente con varias organizaciones no partidarias, vienen impulsando las Asambleas Populares, desde las que se busca generar la movilización popular (desactivada por el oficialismo) y generar la emergencia de un movimiento de bases que cuente con un proyecto político.

Desde el comienzo de su gestión, el gobierno de Vázquez exhibió los rasgos que caracterizarían a su gobierno: el envío de tropas a Haití, la firma del tratado comercial bilateral TIFA con los EEUU y el consecuente choque con el bloque de países que integran el Mercosur (del que Uruguay es parte), la autorización para que las Fuerzas Armadas uruguayas participen de las maniobras de Unitas organizadas por el gobierno estadounidense, la resistencia a anular la tristemente célebre “ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado” –una ley ad-hoc pergeñada en las negociaciones entre el Partido Colorado y el FA con los militares para la salida democrática e implementada tras la recuperación institucional, que impide iniciar acciones judiciales a militares y policías que han cometido delitos de lesa humanidad durante la dictadura militar–; todo lo cual desató dentro del FA una puja que sería ganada por el mayoritario bloque oficialista a fuerza de la disciplina aplicada por el propio Vázquez, quien logró así acallar voces históricas que reivindicaban los principios éticos y morales de la coalición (como la del ex diputado Guillermo Chifflet, del Partido Socialista), cerrar filas y evitar una lucha intestina que podría haberlo debilitado.
En contraste con el accionar compacto de los sectores integrantes del FA que responden a Tabaré, la izquierda que actúa por fuera de la coalición se muestra bastante fragmentada y con un amplio abanico de posturas pese a que casi todos sus actores coinciden en las críticas al sesgo en el que ha incurrido el gobierno. Lo más visible de la izquierda no frenteamplista, o en claro disenso con la actual conducción del FA, se muestra en escenarios bien diferentes. Desde las ya mencionadas Asambleas Populares se busca, desde el ejercicio de la democracia participativa, generar un movimiento que adquiera peso político suficiente para plantarse como izquierda consecuente frente al desvío del FA y ofrecer un proyecto político que responda a tal posicionamiento. A su vez, Jorge Zabalza, ex integrante del MLN-T, y lejos de pretender construir una opción electoral, viene planteando un debate con sus ex compañeros que hoy integran el gobierno progresista, quienes lo desautorizan sistemáticamente o simplemente no responden: y no porque los argumentos de Zabalza no sean atendibles, sino porque aquellos que son blanco de sus críticas poco tienen para argumentar acerca de su presente, bien alejado del accionar revolucionario cuando integraban el MLN-T.
También se observa el trabajo de reducidos grupos no partidarios y de algunos sindicatos (como el del taxi o el de los tercerizados) que no se han plegado a la línea impuesta por la central sindical del Uruguay (PIT-CNT), cuya dirigencia, claramente cooptada por el oficialismo, critica desde el discurso pero aprueba desde la inacción el rumbo adoptado por el gobierno.

Ante la hegemonización (al menos para la gran mayoría del imaginario social) del concepto de “izquierda” por parte del FA –siendo esta una izquierda sumamente moderada y presa por propia voluntad del proceso de globalización que desestima los planteos ideológicos– y de la dispersión de quienes se presentan como una izquierda consecuente con la ideología que ha marcado su pensamiento y su actuación política, resta esperar cómo se cerrará este episodio dentro de la izquierda uruguaya. Por ahora lleva la delantera el sector hegemónico del FA, cuya estrategia de disciplinamiento y cooptación le ha dado grandes resultados para mantener la conducción de la coalición, a la vez que logró debilitar a sectores opositores y profundizar el proceso de recomposición iniciado a principios de los noventa. El FA también tiene claras chances de ganar las próximas elecciones así como de afianzarse cada vez más como partido tradicional, sumándose a blancos y colorados en esta condición.
Por el lado de la “izquierda disidente” habrá que esperar cómo es que se mueve. De persistir el acentuado fraccionamiento, poco podrá hacer ante el inmenso rival que significa el FA y menos aún constituirse en una alternativa para el electorado uruguayo si es que opta por la pelea electoral. Si bien la lucha contra el imperialismo, la defensa de los Derechos Humanos y la gestación de diferentes movimientos sociales que incluyen la ocupación de tierras es la vía adoptada por la izquierda no frenteamplista, esta deberá alcanzar al menos básicos acuerdos entre sí a fin de lograr el peso político necesario para lograr incidir en la política uruguaya.

Maximiliano Perel

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